AVISPAS ZUMBANDO EN LA OSCURIDAD (libro SER SALVAJE)

Cuando la corrupción supera a la corrupción...

Faltan algunos minutos para las dos de la mañana y todavía esto está vacío. Veo que ahora entra gente, muy poca, algunas parejas y otros tantos solteros y solteras, pero todavía esto está vacío. La música suena sin parar, los tragos se sirven al ritmo que impone el DJ, las mujeres comienzan a agruparse formando pequeños islotes y los hombres se van acercando como náufragos en busca de tierra firme. Nosotros seguimos en la barra. Un codo apoyado sobre el mostrador, el otro brazo suelto, la mano en el bolsillo apretando el paquete de cigarros contra la pierna. “Esto se pone tipo 3 y media”, me dice Jorgito muy distendido. La cuestión es que todavía todo está muy tranquilo, se pueden ver los espacios que quedan entre los distintos grupos, el suelo limpio libre de charcos de cerveza o colillas de cigarrillos, las zapatillas aun tan limpias libres de las pisadas de un centenar de apenados distraídos. A eso de las tres menos cuarto, como era de esperar, se acerca muy entusiasmado Jorgito, o el Gordo, como le decimos, me apoya el brazo en el hombro y me dice: “¿Qué te dije, papá? ¡Esto se pone tres y media! ¡Mirá cómo está entrando gente! Lo miro, sonrío, dejo que se emocione como el resto, total, todos ya sabemos el desenlace. Es solo cuestión de dejarse llevar, de pretender que nada va a ser como se dice, que todo va a estar bien. Y así, poco a poco se va llenando el boliche y cada vez estamos más juntitos, más apretados, al punto de que casi no podemos movernos en el espacio en donde estamos. La música se repite. Estúpida costumbre de los DJs volver a pasar los mismos temas que sonaron temprano cuando recién abrió el boliche.

La cosa se pone buena. Ahora estamos todos en el medio de la pista. El Gordo no para de bailar, se mueve de acá para allá, graciosa y abruptamente. Sin querer le vuelca un poco de cerveza en la espalda a Nacho, pero cómo es imposible pelearse con el Gordo, porque todos acá nos conocemos desde chicos, lo empuja de nuevo al medio de la pista y de nuevo al baile. Los baños empiezan a atestarse de gente, las colas llegan hasta casi la entrada del boliche. Tengo ganas de ir al baño, pero prefiero aguantarme y ver si se me pasa, a tener que esperar veinte minutos para, quizás, llegar y no poder hacer ni una gota de lo borracho que estoy. La gente se desespera, todos nos movemos muy rápido, todo se mueve muy rápido ahora. Las luces me enceguecen un poco, por allá veo a alguien que cae al suelo y unos segundos después, para confirmar claramente que la velocidad de la luz es mucho más rápida que la del sonido, se escucha un disparo, y otro, y otro, y alguien que cae al suelo y todo de repente se vuelve un caos y suena otra vez un tema que ya había sonado antes, cuado recién entramos, y la gente que grita y los empujones se vuelven más violentos y se escuchan más disparos y gritos y las luces se encienden de repente y me enceguecen por completo y los disparos y...no recuerdo nada más, eso es todo.

—¿No recordás nada más? Para mí que vos sos más vivo de lo que parecés.

—Le juro que no recuerdo nada, jefe. Se lo juro.

—¿Vos te pensás que soy boludo, Talquenca? Estas tiritas que ves acá me la gané con los años; con los años de meter en la cárcel a pelotudos como vos que se quieren pasar de vivos. Dos personas muertas y diecisiete heridos, Talquenca, y me decís que no te acordás nada.

—Jefe, le juro que no me acuerdo de nada, ¡¡Se lo juro!!

La piña le cayó directa al mentón. Su cuerpo se desplomó sobre la mesa del despacho de la seccional. La justicia, hoy, continúa investigando los motivos y causas de su suicidio.

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