En las cimas de la desesperación
Un simple pensamiento para los tiempos que corren...
Todo el mundo, tras haber
vencido el dolor o la enfermedad, siente, en el fondo de su alma, una
nostalgia —aunque sea muy vaga, muy tenue. A pesar de que deseen
restablecerse, quienes sufren larga e intensamente se sienten siempre
obligados a considerar como una pérdida su probable curación.
Cuando el dolor forma parte integrante del ser, su superación
suscita necesariamente la nostalgia, como la que se siente ante algo
desaparecido. Lo mejor que yo poseo en mí, y también lo que he
perdido, se lo debo al sufrimiento. De ahí que no se le pueda amar
ni condenar. Yo experimento ante él un sentimiento particular,
difícil de definir, pero que posee el encanto y el atractivo de una
luz crepuscular. La beatitud alcanzada mediante el sufrimiento no es
más que una ilusión, porque ella exigiría la reconciliación con
la fatalidad del dolor, para evitar la destrucción. En esa beatitud
ilusoria residen los últimos recursos de la vida. La única
concesión que puede hacerse al sufrimiento consiste en la nostalgia
de la curación, pero esa nostalgia, demasiado vaga y difusa, no
puede cristalizarse en la conciencia. Todo dolor que se extingue
provoca un sentimiento de turbación, como si el regreso al
equilibrio prohibiera para siempre el acceso a regiones torturadoras
y fascinantes a la vez que no se pueden abandonar sin cierta
añoranza. Puesto que el sufrimiento no nos ha revelado la belleza,
ninguna otra luz puede ya seducirnos. ¿Nos atraen aún las tinieblas
del sufrimiento?
Comentarios
Publicar un comentario