ASÍ, DE UN TIRÓN NOMÁS (libro COSMOVISION)

Todo lo que tiene un comienzo tiene un fin...(apresurado)


Das la imagen incorrecta, pero no hay ningún problema, nadie lo nota. ¿Será que me volví tan detallista o que vos te volviste totalmente desinteresada? Las cosas nunca las vimos así, tan difusas, como si las estuviéramos mirando con una lupa desde lejos, casi fuera de foco. Das una idea incorrecta y lo sabés, pero no te importa. Mientras todos alzan sus copas, vos estás ahí, sentada, aburrida, mirando esa mierdita que te compré hace un par de días. ¿Cómo me iba a imaginar que te ibas a volver tan estúpida? Perdón si te falto el respeto, pero es así, mirate: estás forzando la vista, no despegás ni por un segundo los ojos de la pantalla, se te desfigura el rostro y, ahora, un poco más, porque te reís sola y nadie entiende por qué. Pero claro, fui yo, fue mi culpa, nunca me imaginé que iba a verte así. En un solo abrazo, Gus, Juli y Ale me devuelven las ganas. Nos reímos, lloramos otro poco y nos volvemos a abrazar, mientras Manu no para de sacar fotos. “¡Una selfie para subirla a la página!”, grita de repente. Manu es escritor, si no me equivoco va por el quinto libro publicado. El último fue una nouvelle. La noche en la que hizo la presentación, nos causó mucha gracia: Manu escribe puros relatos y cuentos cortos. Esa noche, la descosió. No sólo por el hecho de que todo fue un éxito, sino que además en poco tiempo Por la vanguardia del ser, el holocausto de los Dioses se posicionó como uno de los mejores libros de literatura argentina de los últimos años. Obviamente, esa noche, champagne y caviar para todos. Salimos a festejar después del evento —me acuerdo patente—, pero vos no fuiste, ¡claro!, te dolía la cabeza. Los chicos te miraron raro, pensaban que estabas jodiendo. Pero no. Te fuiste sola a casa, mientras todos mirábamos como se alejaba el taxi por avenida Córdoba. Esa noche me di cuenta de que algo se había roto.

Las chicas están sentadas en la mesa del patio. Vos, desinteresada, muerta, estás ahí, en el sillón del comedor. Parece como si la vergüenza en ningún momento se te acercara y te dijera, en voz baja, al oído: “Che, psss, euuu, che, estás haciendo un papelón. Cambiá el libreto porque este no va más”. Pero claro, no, eso sería mucho pedir. Pedirte que te acerques al grupo, que te integres, que, aunque sea por respeto, te sumes al grupo de las novias de mis amigos, que están hace rato largo sentadas, charlando de no sé qué, en la mesa del patio. Estás totalmente adormecida, tenés la cara de un nene de cuatro años que está viendo a Papá Noel, sentado en su sillón, en el patio de juegos de algún shopping de esos que organizan los eventos en los que te regalan la foto y promocionan, de paso, la marca de alguna zapatilla o cámara fotográfica o un celular y después le emiten un cheque con una cifra tan miserable, que no alcanza ni para los viáticos de ese pobre viejo que estuvo disfrazado todo el día y ni siquiera le ofrecieron un vaso de agua. Así estás, y me das lástima. Si te pudieras ver a vos misma, entenderías de lo que hablo. En realidad, te ves sólo a vos, que no es lo mismo, ¿qué paradoja, no? Es como mirarse todo el día el ombligo y pretender que después a uno lo miren a la cara cuando habla. Alguien. Esos sos. Una desconocida. Ya no sos, y sos a la vez. Gus me llama desde la cocina y, con ese mísero gesto, me salva por unos segundos y me saca de todo esto. Me pregunta dónde hay más hielo. La heladera está hasta el tope, y el freezer no da abasto. Le digo si puede ir hasta una estación a comprar un par de bolsas. Juli y Ale se suman. Manu, ahora, está hablando con un grupo de cuatro personas: dos son compañeras del trabajo y dos son amigos de la facultad. Por lo poco que entiendo, y alcanzo a ver, les está explicando algunos puntos de su último libro. “Es una mezcla entre pensamientos filosóficos y matices fantásticos”, seguramente les esté diciendo. Yo todavía no pude ni tocarlo. En este último tiempo, justamente de lo que estuve escaso es de tiempo. No llego a hacer todo lo que tengo que hacer en el día. Llego a casa y las horas se me vuelan. Encima tengo que bancarme tu mal humor, tus pocas ganas de compartir un rato juntos, tranquilos, sin esa locura que querés demostrar todo el tiempo que tenés y que todavía no murió. Seguís soñando con poder recuperar el mundo de tu infancia, de poder volver, aunque sea, unos segundos el tiempo atrás, cuando eras más joven, más alegre, más atrevida, sin responsabilidades. Querés reconquistar el tiempo, y no te das cuenta de que lo estás perdiendo. Entonces me gritás, te ponés histérica, me puteás, me armás una escena enfrente de todos porque solamente te pedí que dejes un segundo ese aparatito de mierda. Y ahí, en ese momento, me doy cuenta de que algo se rompió aunque ya estaba roto de antes. Me doy cuenta porque tu mirada no es la misma, porque mi pulso no es el mismo, porque el silencio le ganó al bullicio y las palabras que flotaban en el aire, hasta hace un segundo, ahora se hacen eco en el adentro de cada uno de los presente; porque vos estás ahí, en el suelo, mirándome sorprendida mientras esa gotita roja se desprende de tu nariz y cae distraída al suelo. No lo entendés, no lo creés. No creés que te haya levantado la mano delante de todos, justo en la fiesta de nuestro compromiso.

Así se terminó todo.

Así, de un tirón nomás.

Comentarios