Pasan los días, pasa la vida...
Creo,
y eso espero, que como la gran mayoría estoy desorientado con la
situación sanitaria actual que estamos viviendo tanto a nivel
nacional como internacional. Este confinamiento obligatorio, que
responde a las normativas vigentes de salud que actúan bajo el marco
de una emergencia, me lleva a reflexionar y recrear varios escenarios
posibles que tienen como premisa principal la solución o el
descubrimiento del origen de esta pandemia y las posibles
implicancias a nivel social que esto acarrea. Les juro que estoy
lejos de ser ese pensador pesimista, como lo fue Emile Cioran, que se
divierte poniéndolos incómodos. Estas teorías nos son más que el
producto de mis pensamientos en un estado de cuarentena que parece
que, por lo menos, durará algo así como un mes.
¿En
qué contexto me encuentro? Pandemia oficializada hace un mes,
cuarentena obligatoria decretada hace una semana, sin novedades de
una cura o prevención por parte de las autoridades internacionales
de salud (mucho menos por parte de nuestro Ministerio de Salud) y un
desconcierto general sobre cuáles serán las próximas medidas a
acatar, concluyen un escenario un tanto nefasto. Pero me quiero
detener puntualmente sobre esta cuarentena obligatoria que, por lo
que parece, es el resultado del método más efectivo con el que
disponemos en la actualidad para hacer frente al virus COVID-19. Más
allá de sus características exponenciales de contagio, el virus ha
arrastrado consigo algunas cuestiones sociales que han salido a la
luz a raíz del aislamiento —en un principio voluntario (el cual
claramente nadie cumplió), luego obligatorio—. ¿Qué fue lo que
arrastró? Bueno, por empezar desesperación y psicosis. A la gente
no le quedó otra opción que enfrentar la convivencia con "uno
mismo" en los casos de los aislamientos solitarios o encarar un
nuevo estadio en la relación en los casos de aislamientos en pareja
o con familiares. Esto, claramente, no le resulta fácil a nadie.
Tanto como convivir con uno mismo en soledad o con otra persona u
otras personas, que pueden pertenecer o no al grupo familiar, termina
siendo un gran desafío. La pregunta clave es, ¿por qué? A simple
vista podríamos llegar a pensar que no estamos preparados para
afrontar situaciones de esta magnitud tomando en cuenta, por lo
menos, que en argentina nunca hemos vivido ni hemos atravesado
períodos de guerra o aislamiento obligatorio. Claro que lo más
cercano a esto podría llegar a estar representado por los procesos
de levantamiento militar que hemos atravesado a lo largo de nuestra
historia, si tomamos en cuenta como factor preponderante la
restricción de los derechos constitucionales y la privación de la
libertad. Quiero que se entienda que lejos estoy de proponer un
paralelismo entre la situación actual y las dictaduras militares más
allá de que es innegable que el trasfondo social, económico y
político en ambos casos se ve deteriorado de manera sustancial.
Volviendo,
nunca hemos vivido una situación semejante (estimo, y digo estimo
porque también soy parte de ese "nunca", que algo
equivalente sucede en los períodos de guerra) por lo que me hace
pensar que esta podría llegar a ser una de las razones principales
por las que este aislamiento nos ha desbordado. Más allá de eso, y
a este sí lo considero un factor fundamental, entiendo que hay algo
oculto, poco perceptible, que cohabita con y en nosotros y que nos ha
vuelto ajenos a nuestra esencia (nos ha alienado), que no es más que
esa proclividad intrínseca, tendencia no natural, a consumir. Sí,
lo sé: no estoy diciendo nada nuevo. El punto acá es otro. Esa
tendencia, que ya se asemeja más a un reflejo que una lógica
constructiva, nos ha llevado a transferir todos nuestros deseos,
intenciones y pensamientos a la dependencia exclusiva de una
actividad (consumir) como modelo constitutivo de nuestra finalidad
cotidiana. Entonces, si lo analizamos desde esta perspectiva salen a
la luz muchos de los inconvenientes que estamos atravesando hoy como
sociedad frente a una situación que nos limita pura y exclusivamente
a quedarnos en nuestros hogares y nos obliga a encontrar formas
alternativas de pasar los días. Y justamente si hablamos de pasar
los días, lejos de nuestra inocencia primitiva natural se
encuentran, casi como un complemento no sustitutivo, nuestros
trabajos. Esa actividad que ejecutamos diariamente, y que nos ha sido
inculcada por nuestros padres y a nuestros padres por sus padres y a
sus padres por sus padres, se ha normalizado de tal manera en la
sociedad que ya nadie la juzga, nadie la critica, todos entendemos
que es lo lógico, lo normal, lo que está bien, como si trabajar
dotara de sentido a la vida. Y, al parecer, no podría confirmarles
que esto sea así. Si trabajar le da sentido a la vida, si ser parte
integrante de la industria se limita únicamente a vender el producto
de mi inteligencia, si además no sólo vendo mi inteligencia en el
mercado como un bien en el que las empresas, encima, subastan el
precio constantemente en un sistema que hace muchas veces hace la
vista gorda sino que también oferto mi tiempo, mi vida y, en muchos
casos mi salud, si creer que la formalidad hace a la seguridad,
entonces, estamos en problemas. Naturalizar estos actos nos vuelve
pura y exclusivamente autómatas de una realidad que sólo se ven con
los lentes del consumismo. Bueno, es cierto, hay que adaptarse al
medio y al contexto que nos ha tocado vivir pero, ¿por qué jamás
en los niveles primarios, secundarios, e incluso, universitarios nos
han enseñado a poder emprender proyectos personales? Una frase burda
y cotidiana podría responder sin que le tiemble el pulso: "si
todos fuéramos empresarios no existirían los operarios". Lo
que propongo es que cada uno, a pesar de sus circunstancias, tenga,
al menos, la posibilidad de poder intentarlo. Estoy seguro de que no
todos buscarán iniciar un proyecto pero el simple hecho de contar
con la posibilidad de poder hacerlo es muchísimo.
Hoy
esa posibilidad no existe, está oculta, apartada de toda lógica, no
forma parte ni siquiera del pensamiento ciudadano. Eso, esa
información no suministrada a tiempo, es lo que nos está haciendo
enfrentar con nosotros mismos, o con nuestros acompañantes, en esta
cuarentena prolongada. Eso que no nos fue enseñado, eso que se nos
ocultó desde un primer momento, eso que no le es funcional al modelo
de esclavitud moderna hoy nos está jugando una mala pasada cuando
después del segundo día de confinamiento no sabemos qué más
hacer. Ese aburrimiento, esa falta de creatividad o de
emprendedurismo se transfiere directamente a nuestra cotidianidad y
nos devora en forma de aburrimiento. Emprender no sólo nos vuelve
proactivos con nuestros objetivos laborales, también presupone una
práctica diaria de creatividad y una puesta en marcha de un conjunto
de actividades que nos realizan como seres humanos. Es amplia la gama
de opciones con las que podemos contar si nos focalizamos,
principalmente, en ser el centro de nuestro propio bienestar. Pero
para eso tendremos que entender y redefinir el concepto de nuestro
sentido de la vida y para qué estamos transitando esta experiencia
que algunos la llaman vivir.
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