ELLA TODAVÍA NO LO SABE (libro COSMOVISION)

No hay amor que dure lo suficiente...


Soy de esas personas que creen que, de vez en cuando, a uno las cosas le pueden salir bien. Si lo sé, ya empecé con mis inseguridades. Es algo casi incontrolable, espontáneo, como querer evitar mirarse la muñeca cuando uno hace referencia a la hora y toda su vida ha usado reloj y ya no lo hace. Es así, así se siente. Y no creo que tenga nada que ver con lo que tengo que decirte pero, de hecho, me pareció que era sincero de mi parte comenzar aclarando eso. Sólo a modo de dato informativo. Soy también de las personas que creen que las cosas pueden cambiar o no, todo depende de lo dispuestos estemos a aceptar el cambio. Y por más que el cambio sea de lo más sencillo, nunca vamos a poder negar que siempre algo dejamos atrás, queramos o no. Ahí está la cuestión.

La vida suele ser un tanto difícil después de cierta edad o, al menos, eso leí en un libro. La verdad es que no creo que sea así. Me parece, al contrario, un tanto más simple y divertida. Ya no me siento ese hijo único al que siempre le cumplen los caprichos porque ya no hay nadie que me los quiera cumplir. Es algo natural, supongo. Digo, a todos les debe pasar lo mismo. Me refiero a esto de pensar que la vida se vuelve complicada después de, qué sé yo, los treinta. Y aunque todo sea lo mismo, sea igual y no haya cambiado nada con el paso del tiempo, no sé por qué, pero no podemos verlo de la misma forma que lo hacíamos años atrás. Eso y otras tantas cosas más me quedaron dando vuelta en la cabeza cuando nos conocimos en una noche un tanto apurada porque no nos alcanzaba el tiempo. Nunca nos alcanzaba el tiempo.

Así fue que pasó o, por lo menos, te recuerdo de esta manera:

Ya no me quedaban muchas excusas para no decirle todas las ganas que tenía de verla. Sonó el celu. Lo miré, era ella. Lo agarré pero no le contesté el mensaje. No lo quise contestar tan rápido porque se iba a dar cuenta. Por ese entonces todo iba bien y, si seguía así, en un ratito la pasaba a buscar e íbamos a tomar algo. Escuché la olla hervir y la vi como la excusa perfecta para olvidarme un poco de su voz (aunque me haya enviado sólo un mensaje de audio en un mes de charla y haya sido por error porque, en realidad, era para una amiga). Dejé todo y me fui a comer. Jamás comí tan rápido en mi vida. Sentí que trague más de lo que mastiqué. ¿Y todo por qué? Porque de repente me habían venido una ganas increíbles de contestarle el mensaje y decirle todo lo que me gustaba. Pero no, no podía. Intenté comer una fruta, lo que sea, algo que me distrajera pero no podía dejar de pensar en ella. Sonó de nuevo el celu. Era otro mensaje diciendo que la podía pasar a buscar en veinte. Le contesté que había colgado, que me pegaba una ducha y estaba. Dejé todo y me fui a cambiar tranquilo. Ya me había duchado, sólo quería hacerme el interesante. A veces pienso que por cosas como estas podría quedar como el ser humano más estúpido del mundo, pero no sé. La noche recién abría sus puertas y parecía que nos íbamos a quedar hasta el cierre. Era una de esas noches.
Resumiendo la cosa fue así: la pasé a buscar a la hora en que habíamos arreglado, bueno, en realidad llegué unos cinco minutos antes pero eso era cosa mía. Fuimos a un bar que quedaba relativamente lejos. La noche no podía estar más agradable ni ella más hermosa. Fue todo increíble. Su voz, su cuerpo, su sonrisa. Todo este tiempo pensé en cómo iba a ser este momento y ahí estaba. Ella me rió y me preguntó qué me pasaba y yo sin poderle decir todo eso. Me contó un poco de su vida. Ella es mayor que yo, me lleva algo así como tres años de diferencia. Tiene treinta y tres. La edad de Cristo. Y como si nada, se me vino a la mente la idea de que si Jesús hubiera sido mujer no podría haber sido tan perfecto como ella. Mientras pensaba todo esto ella seguía ahí, sentada, contándome que le encantaba viajar y que todavía no sabía a dónde se iba a ir pero que seguro se tomaba un mes mínimo. Sin darme cuenta la interrumpí y le dije que también me encantaba viajar y que tampoco yo tenía idea así que podíamos planear algo juntos. Se rió. Me miró y se rió y yo me reí, los dos nos reímos y así estuvimos un rato. Me siguió contando de sus cosas pero yo me quedé pausado en su risa. Si hubiera sabido que de verdad me habría gustado viajar con ella. Sin que me diera cuenta, cambió de tema y me preguntó si estudié algo. Le conté que soy Licenciado en Ciencias de la Comunicación, que me recibí hace ya unos años y que mi trabajo no estaba tan relacionado con lo que estudié. Me dijo que siempre le gustó esa carrera pero no se animó y yo por adentro pensé los motivos por los cuales no pudo haberse animado. Era inteligente, audaz, atrevida. Me dijo que siempre creyó que esa era la carrera que le iba a traer el éxito a su vida pero por algunas críticas de su familia y amigos no se animó. La típica excusa de que sólo los contadores o la gente de marketing ganan plata. Por eso ella era contadora. Me contó que era gerente de proyectos en una empresa agroexportadora. Tenía algo así como diez o quince personas a cargo. Mucha responsabilidad, reuniones, decisiones que determinaban cursos de acción a seguir. Lo básico, me dijo. Por adentro pensé: ¿lo básico? Se fue al baño. Mientras tanto, me quedé pensando en todo lo que me contó. No podía creer que fuéramos tan parecidos. Y lo digo en todo sentido. No sólo en gustos, sino en metas, objetivos, crecimiento personal. Sin dudas era una mujer completa. Pero en su voz noté algo opaco cuando me lo contaba, como si no estuviera conforme o convencida. Como si cada vez que se lo tuviera que contar a alguien perdiera un poco de eso que tanto logró. Porque ni siquiera pudo terminar de contarme qué la hizo separase y estar sola por tanto tiempo. No pudo levantar la mirada y decirme qué la cambió, lo que la llevó a ser otra persona, lo que la arrastró de los pies hacia adelante aún cuando ella no quería. No supo cómo decirme que se sentía vacía, que no todo iba cuesta arriba, que a veces sentía que perdía el control de la cosas y creía que se iba a estrellar de frente contra el paredón. Que todavía había fantasmas del pasado que la azotaban y, por más que ella luchara, era una batalla que todavía no podía ganar. Porque por más que supiera que tenía que cambiar, aunque fuera algo de de lo más sencillo, ella no quería dejar nada atrás.

Miré por el pasillo que había entre las mesas, nada. Miré entre las mesas pero no la encontré. En la barra, el mozo, me hizo la seña de que ya tenía preparados nuestros tragos. Tuve la misma sensación de esa gente que a mitad de un vuelo siente que algo se olvidó. Volví a mirar pero no la vi. Eso fue todo. Le pedí la cuenta al mozo, pagué y me fui. Mientras salía, me puse a pensar en lo hermoso que fue verla y escuchar su historia, su parte de vida. Y a pesar de ser mayor que yo, creo que algo así como tres años, y de ser tan inteligente, audaz, atrevida y más perfecta que la versión femenina de Cristo, ella, ella todavía no lo sabe.

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