Acceder violentamente a un estado de exaltación tiene sus consecuencias...
No
hay día que pase en el que no me sorprenda. Puede que, quizás, el
hecho que pone a funcionar a toda una serie de emociones dentro de mí
no sea tan significativo pero eso no le resta sentido. Hoy lo que
más me sorprende es la incapacidad de ciertas personas para no hacer
nada. Pero volvamos un poco hacia atrás. Una pandemia declarada hace
unas semanas, casos de infecciones con aumento exponencial, miles de
muertes en cuestión de días y cuarentenas declaradas por la mayoría
de los estados nos llevaron poco a poco a un grado de paranoia
importante. Sin quitarle importancia a este nuevo fenómeno mundial,
y cuando digo nuevo me refiero a que realmente no conocí nada
similar en mis 33 años que llevo en este planeta, esta paranoia se
hizo tan real y tan colectiva que ha llevado a cada uno de los
ciudadanos a comenzar a tomar ciertos recaudos personales de manera
preventiva. Claro que no fue el grueso de la población, la mayoría
minimizó la situación al punto de compararlo con un simple
resfriado y es por eso que el gobierno de turno tuvo que tomar cartas
en el asunto y declarar un estado de sitio disfrazado de aislamientos
social obligatorio y preventivo. Creo que han evitado llamarlo estado de sitio debido a que
todavía rondan en nuestra sociedad viejos fantasmas del pasado que
reviven en viejas formas de expresión que han quedado truncas y la
sociedad ya no las acepta ni las reconoce. Volviendo, estamos en cuarentena y lo
estaremos por los próximos quince días. Lo cual genera un gran
desconcierto y preocupación no sólo por las consecuencias a nivel
social sino también a nivel económico. Pero evidentemente
situaciones extremas generan medidas extremas. Y acá estamos.
Confinados, apartados, detenidos en nuestros propios hogares. Somos
presos en la cárcel de nuestra propia existencia. Lo cual es una
paradoja en sí mismo porque en definitiva siempre vivimos presos de
nuestros propios pensamientos y nuestras propias acciones sólo que
en esta oportunidad no podemos compartirlas con el otro, no podemos
hacerlas visibles, no podemos socializarlas. Entonces se vuelven
como el árbol solitario que cae en la selva y nadie escucha: hay un
ruido explicito, real, que sucede pero que nadie puede escuchar. Así, día tras día
buscamos validar estas acciones y estos pensamientos con los demás
en una suerte de prostitución verbal. Antes se pensaba cada palabra,
hoy se habla y ya no se piensa. Y no sólo no se piensa sino que no
se razona.
Este aislamiento, que nos pone en jaque contra nosotros mismos, es la forma más perfecta de superación del ser humano. Uno busca todo el tiempo evadirse, evitarse, escaparse de uno mismo como si eso fuera a salvarnos, a redimirnos. Pero no es más que una estrategia de corto plazo que se desmiembra cuando tenemos que enfrentarnos a nosotros mismos, incluso, al apoyar la cabeza en la almohada antes de dormir. Este escape fallido es un imposible hoy en día. Este confinamiento, este aislamiento, este apartamiento del otro nos ha llevado a una coexistencia con nuestro propio ser que ha logrado sacar desde lo más brillante hasta lo más oscuro de nuestros pensamientos en una purga que parece que no será nada pasajera. Y el mayor problema parece que ahora ya no es sanitario sino psicológico. El ser humano moderno no está acostumbrado a hacer nada. Solamente sabe hacer una cosa: consumir. Entonces cuando el consumo no es un medio alcanzable, no es un camino que se puede elegir o una acción que se puede ejecutar comienzan a aparecer los primeros cortocircuitos. El ser humano moderno no sabe qué hacer si no consume. El sistema lo ha incapacitado de toda posibilidad de creación, de reflexión y hasta de propia iniciativa. El estado de adormecimiento es tan grande que jamás vieron venir esa piña que va directa al mentón y la gran mayoría todavía se están acomodando la mandíbula. El sacudón fue grande, el dolor todavía no se siente porque los músculos están adormecidos pero ya aparecerá con el correr de los días. La gran pregunta es: ¿y ahora qué hacemos?. Porque el ser humano moderno, que dormía bajo los encantos de un sistema que le ofrecía todo en bandeja y al alcance de su mano, se encuentra ahora en una situación de total desamparo en el que sólo sus propios recursos le servirán para afrontar lo que viene. Pero, ¿qué pasa si no puede? ¿Qué pasa si el adormecimiento ha sido tal que sus músculos (e incluyo claramente al cerebro) ya no sirven? ¿Qué pasa si el ser humano moderno no puede más que consumir?
Este, este punto en particular, es el gran paradigma que estamos atravesando. Queda más que claro que las reglas del juego han cambiado y que el sistema actual en las condiciones actuales, se
desintegra. Hoy en día es primordial para el estado de cualquier
nación encontrar la forma de una rápida readaptación que saque a
flote al ser humano moderno y lo aleje lo más posible de su estado
de inanición producido del no consumo. Habrá que ver la forma de
cómo lo logran pero de algo estoy seguro: no será aplicando las
mismas y ortodoxas medidas que han aplicado hasta estos días. ¿Será
el fin del capitalismo? Sí. Al menos como lo conocemos hoy. Este
nuevo paradigma nos abre la posibilidad de alcanzar un punto de
reflexión concreto y sincero en el que el ser humano pueda formar
parte como parte integrante del sistema y no simplemente como un
aditivo energético que sólo sirve para hacer girar la rueda. Hoy
tenemos la posibilidad de lograr ese cambio por el que tantos siglos,
generación tras generación, han luchado nuestros antecesores. Hoy podemos comenzar de
nuevo, patear el tablero, decir basta y ponernos de pie frente a una
situación que arrasa a nivel mundial y no distingue clases sociales.
Volvieron los tiempos de la igualdad: mueren ricos y pobres, jóvenes
y adultos. Siempre creí que, lamentablemente, la sociedad moderna
realmente aprendería cuando se encontrara en el centro del caos. Hoy ese caos se
hace presente y nos da la posibilidad de cambiar. Claro, todo esto
suponiendo que no encuentren la cura en el corto plazo; y que las
grandes empresas multinacionales de la industria farmacéutica
vuelvan a llenar sus bolsillos y las grandes naciones hagan negocios
multimillonarios. El resto, es historia conocida.
Este aislamiento, que nos pone en jaque contra nosotros mismos, es la forma más perfecta de superación del ser humano. Uno busca todo el tiempo evadirse, evitarse, escaparse de uno mismo como si eso fuera a salvarnos, a redimirnos. Pero no es más que una estrategia de corto plazo que se desmiembra cuando tenemos que enfrentarnos a nosotros mismos, incluso, al apoyar la cabeza en la almohada antes de dormir. Este escape fallido es un imposible hoy en día. Este confinamiento, este aislamiento, este apartamiento del otro nos ha llevado a una coexistencia con nuestro propio ser que ha logrado sacar desde lo más brillante hasta lo más oscuro de nuestros pensamientos en una purga que parece que no será nada pasajera. Y el mayor problema parece que ahora ya no es sanitario sino psicológico. El ser humano moderno no está acostumbrado a hacer nada. Solamente sabe hacer una cosa: consumir. Entonces cuando el consumo no es un medio alcanzable, no es un camino que se puede elegir o una acción que se puede ejecutar comienzan a aparecer los primeros cortocircuitos. El ser humano moderno no sabe qué hacer si no consume. El sistema lo ha incapacitado de toda posibilidad de creación, de reflexión y hasta de propia iniciativa. El estado de adormecimiento es tan grande que jamás vieron venir esa piña que va directa al mentón y la gran mayoría todavía se están acomodando la mandíbula. El sacudón fue grande, el dolor todavía no se siente porque los músculos están adormecidos pero ya aparecerá con el correr de los días. La gran pregunta es: ¿y ahora qué hacemos?. Porque el ser humano moderno, que dormía bajo los encantos de un sistema que le ofrecía todo en bandeja y al alcance de su mano, se encuentra ahora en una situación de total desamparo en el que sólo sus propios recursos le servirán para afrontar lo que viene. Pero, ¿qué pasa si no puede? ¿Qué pasa si el adormecimiento ha sido tal que sus músculos (e incluyo claramente al cerebro) ya no sirven? ¿Qué pasa si el ser humano moderno no puede más que consumir?
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