RE CUERDO

Intentando recordar como olvidar...


Hay un montón de cosas que siempre me llamaron la atención pero de tan cotidianas que son, a veces, me olvido hasta de prestarle atención cuando las hago. Creo en que, en parte, es algo natural —sería una locura ponernos a analizar cada paso que damos, cada acción que tomamos o cada palabra que decimos— y por otro lado es una capacidad adquirida. Me refiero a que muchas de las cosas que hacemos son "naturales" o tienen un cierto rasgo de naturalidad porque nos lo enseñaron así y muy pocos contamos con la capacidad real de cuestionar toda costumbre. Incluso hasta me parece raro, ahora que lo estoy pensando, que jamás nadie se propuso enseñarme el arte de la duda. Pero volviendo al punto anterior, esta naturalidad de hacer las cosas, en algunos casos, de forma automática me llevó a pensar en que no siempre es así. A veces existen algunos puntos de quiebre, algunas pausas atemporales en las parece que quedamos fuera de foco y vemos la película ya no como el protagonista sino como un espectador más. Ese efecto de ruptura de la cuarta pared me llevó muchas veces a plantearme, por ejemplo, esa fascinanción que tenemos por dejar inmortalizado el recuerdo ya sea a través de una foto, un video o, simplemente, grabando en la corteza de un árbol con un cuchicllo nuestro nombre y la fecha. Queda claro que el ser humano a lo largo de la historia ha dado cuenta de sus registros de distintas formas y eso es una tradición que ha pasado de generación en generación pero, ¿por qué se da esto? ¿Cuál es el fin de inmortalizar un recuerdo?

Creo que tenía algo así como unos ocho años cuando mi tío compró una videograbadora. Estamos hablando particularmente de los años noventa, cuna de la globalización y de la cultura liberal en nuestra amada Argentina. Lo cual, más allá de que todo era algo nuevo para nosotros, dentro de lo que más nos llamó la atención, por lo menos a mi tío seguro, era la capacidad de poder dejar un registro filmico de nuestras vidas. Esta de más aclarar la mala calidad, edición y prolijidad en las tomas que implicaron no sólo los primeros videos sino la mayoría de las cintas que luego formaron parte de una compilación reunida en un CD que, hoy en el dos mil veinte, no tenemos ya en dónde reproducirlo —bendito avance de la tecnología—. Sumado a este recuerdo, y con relación a esta manía por inmortalizar los recuerdos a través del uso de la tecnología, que mis viejos le pidieron prestada la videograbadora a mi tío para grabar mi graduación de jardín. Les dejo a su libre interpretación la edición y la producción de ese video unicamente haciendo una pequeña referencia que hoy ya es más una anécdota: yo era el actor principal de un documental en el cual yo jamás quise participar. Sí, me obligaron incluso hasta a grabar un mensaje de salutación. ¿A qué viene todo esto? A que hoy, más que ayer, sigo pensando en lo seductor que es perpetuar el recuerdo a lo largo de los años.
Entonces un día me puse a pensar en la idea de por qué queremos perpetuarnos en el tiempo a través del recuerdo y si eso tenía algo que ver, tal vez, con la inmortalidad. La idea no me cerraba, más allá de que no somos seres conscientes de nuestra fragilidad y mortalidad todo el tiempo, sentía que por ahí no era el camino. Seguí pensando, tratando de ponerme en el lugar de mi tío cuando compró la videograbadora o de mi viejo cuando se la pidió prestada para grabar mi graduación de salita de cinco. No había nada que me dejara conforme. Hasta que un día leí en un artículo, y luego profundicé con algunos documentales relacionados con el tema, que nuestro cerebro realiza un proceso de limpieza de información "basura" mientras dormimos. Claro, esto tiene que ver con que nuestra capacidad para recordar parece ser demasiado abarcativa y expansiva con relación a nuestra capacida para almacenar toda es información. Dicho de otra forma: recibimos tanta información día a día que si nuestro cerebro no realiza una limpieza del material inútil, colapsaríamos. Es como si tuvieramos en nuestras mentes una carpeta de Spam en la que por las noches, mientras ponemos en suspensión el CPU por algunas horas, toda la información que hemos recibido, y que este proceso determina innecesaria, se envía allí y luego se elimina o al menos queda en cuarentena por algunos días hasta que desaparece (se estiman entre 5 y 7 días). El dato más curioso es que este proceso lo realiza el hipocampo, estructura cerebral relacionada con nuestras emociones y memorias. Lo cual me lleva a pensar que si efectivamente necesitamos lograr eliminar estos recuerdos basura a través de un proceso de selección en el que el hipocampo es el responsable y justamente él está relacionado con la memoria y las emociones, ¿cómo podríamos dejar en sus manos la selección de los recuerdos que efectivamente yo considero importantes pero mi sistema quizás no? ¿Cómo le voy a ceder a un desonocido la clasificación de mis recuerdos? ¿Cómo podría superar esta capacidad limitada de almacenamiento si no tengo la posibilidad de agregame más memoría? Fue ahí cuando entendí que lo que hacemos no es más que preclasificar nuestros recuerdos y guardarlos en un disco externo, llámese foto, video, audio o escrito, y de esta forma lograr almacernar lo que consideramos como importante —al menos así lo consideramos en el momento en el que lo hacemos— sin importantarnos si en un futuro lo podamos olvidar. Esta es nuestra forma de ampliar nuestra memoria, de ampliar nuestra capacidad de recordar. Porque por más que el recuerdo desaparezca fisicamente de nuestras mentes, aún cuando queramos recordar por completo nuestra fiesta de casamiento o la mejor navidad que hemos pasado en familia, siempre voy a tener a mano la opción de poder ir a esa fuente eterna de memorias.

Ahora, ¿solamente es esto? ¿Acá termina toda esta cuestión? Yo creo que no. Me da la sensación de que además de querer almacenar los recuerdos de forma permanente, ya sea por nostalgia, costumbre o, simplemente, deseo, creo que detrás de todo esto se esconde la reflexión filosófica de que somos recuerdo. Es decir, nos constituimos diaramente no como personas pensantes que avanzan sin importar lo que sucedió sino como un cúmulo de recuerdos que actúan en concordancia con un fin determinado y que influyen, inevitablemente, en nuestros pensamientos y en nuestras acciones cotidianas. Somos recuerdos. Para mí, a diferencia de lo que muchos creen, algunas de las enfermedades más temidas son la demencia y el alzheimer. Prácticamente sería como morir en vida. No poder recordar quiénes somos o quiénes fuimos implica un desafío a la existencia. Es imposible aceptar un reseteo de nuestras memorias de manera cotidiana. La incoherencia que plantea en el olvido diario de nuestras propias memorias hace que hasta resulte escalofriante pensarlo. ¿Cómo podría ser si no sé quién soy? ¿Cómo podría reconocerme y reconocer a los demás si ni siquiera puedo saber cómo llegué hasta acá? Si no roza la locura pega en el palo. Pero sin querer ser tan extremista, creo que en el fondo este es el punto de quiebre: el miedo al olvido. Tenemos miedo de olvidarnos y de olvidar. Necesitamos perdurar en el tiempo de la forma que sea. Esto, sumado a una constante manipulación de las redes sociales a través de la socialización de nuestra vida privada, logra un combo fatal que incrementa la capacidad de consumo de cualquier plataforma que nos permita inmortalizarnos y, a la vez, hacer visible para el mundo esa inmortalización. Lo interesante de esto es poder conocer si efectivamente somos conscientes de este proceso o si simplemente nos tomamos una foto cuando nos vamos de vacaciones porque la queremos guardar de "recuerdo". Ahora, ¿qué pasa cuando el recuerdo es ajeno? Pasa que se vuelve poco interesante. Sí, eso pasa. A nadie le entretiene ver las fotos de vacaciones de su amigo, de su familia o de sus compañeros de trabajo si no tienen conexión directa con uno. Recibir un regalo de alguién que visitó las pirámides de Egipto no es tener un recuerdo de las pirámides porque ese recuerdo no es mío, no me pertecene. Entonces acá encontramos otro punto de quiebre: no solo necesitamos inmortalizar el recuerdo sino que el recuerdo tiene que ser propio. Dos puntos fundamentales en la instiucionalización del recuerdo. La clave es ahora saber si esto lo podremos fundamentar como un hito en la historia de la humanidad o si simplemente se volverá algo tan trivial como sacarle una foto al plato de comida que preparé hace media hora o a mi mascota que está durmiendo sobre la cama. La trivialidad de este asunto es y sera responsabilidad de cada uno. No hay manuales para recordar. Porque, en definitiva, un recuerdo es un recuerdo. 


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