Y ESA ES LA FORMA EN QUE LAS COSAS SE VAN (NO PUBLICADO - 2014)

Un personaje que venía del futuro...

¿Cómo te das cuenta de que estás realmente perdido? Bueno, simplemente mirás un rato a tu alrededor —yo diría como unos cinco o seis minutos— y te das cuenta de que tenés dos PC encendidas sin saber el porqué. Intentás buscar una solución lógica, como cualquiera de nosotros habríamos hecho, pero ya vas por el minuto diez y no tenés ni idea.

Respuesta: las apagas, te das media vuelta y te dormís. ¡A la mierda!

Esta breve versión moderna de la decadencia del ser humano puede parecer un tanto abrupta, sin embargo, es totalmente cierta. Recuerdo que no hace mucho, como unos veinte o treinta años atrás —¿eso es mucho? ¿Cuánto es mucho en realidad?—, le sucedía exactamente lo mismo a un amigo de mi hermano, en el barrio de Monserrat, cerca de Plaza de Mayo, en una casa con habitaciones compartidas y, por supuesto, sin ningún artefacto electrónico más que un viejo reproductor de casete que le habían regalado unos amigos de Córdoba y algunas otras cosas más, de muy poco valor.

La vida que había llevado lo arrastró hasta Buenos Aires. Bueno, no directamente a Buenos Aires sino, en un principio al interior de la provincia de Córdoba donde pasó unos dos o tres meses. Cuando arribó a la city porteña jamás se imaginó que podía llegar a encontrarse con parte del pasado que había intentado dejar atrás hacía unos pocos días, esperándolo sentado en la esquina de un bar tomando una ginebra mientras discutía no sé qué cosa con la sin nombre. Era casi imposible escaparse, era prácticamente imposible, le fue imposible. Llegó a la estación de constitución con un par de billetes en el bolsillo, una valija con ropa sucia, una guitarra que hacía tiempo que estaba desafinada y un par de lentes de sol como visera. Se las arregló, con un poco de ayuda y un poco de intuición, para llegar al departamento. En realidad solía ser una pieza: un departamento no carece de cocina, baño, sillas, mesas, cama, muebles, agua. Era una pieza. Ni tan grande ni tan chicha, pero hacía que todos entraran tan bien que ni en el mejor palacio sueco podría haber llegado a ofrecer semejante hospitalidad. Ese fue el sitio de las más alocadas historias, los más deseados infortunios, los más apasionados amores, las canciones, la banda, el pasado que rondaba por ahí, las nuevas amistades, los viejos rencores, las risas y el llanto, las idas y vueltas, los viajes sin moverse del lugar, la vida que pasa en un segundo, las malas decisiones, las ganas de partir para volver a encontrarse con su vieja amiga, su viejo amor, su sangre, su pasado, su mundo, su hermana.

Al parecer no era para él esta vida y así como así, una mañana de diciembre se fue de la ciudad. Se fue lejos, muy pero muy lejos. Nadie supo de su paradero y hasta el día de hoy nadie lo sabe. Lo cierto es que se lo vio más. Dicen que algunos que otros días, generalmente esos días que las nubes cubren el sol solo para molestar a los transeúntes, cerca de la estación Carlos Gardel, entre las dos y tres de la tarde, se puede escuchar como el quinto tren de la formación dos de la línea B de SUBTE, llega tan a prisa que forma una corriente de aire que inunda toda la estación, juega un rato entre los molinetes, molesta un poco a los pasajeros y, luego, sube inesperadamente las escaleras hacía la calle susurrando al oído de los vecinos del barrio del Abasto, “Luca está bien”, “Luca ahora está bien”, “Luca vive”.


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